Educar para vivir, educar para convivir.
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Rosa tiene 28 años y desde que terminó sus estudios no ha conseguido encontrar trabajo. Ha presentado cientos de currículos y ha sido convocada a varias entrevistas en las que siempre se ha sentido incómoda con la suficiencia del entrevistador. Sin apenas darse cuenta, en las entrevistas actúa cada vez más con un escepticismo que condiciona desde el principio el desenlace.

Elena tiene 35 años y es licenciada en arquitectura, carrera que terminó con un buen expediente académico. Comenzó a trabajar en su sector al poco de terminar la carrera, y fue asumiendo responsabilidades en la coordinación de gremios y equipos. Vivió esta experiencia con tal desgaste emocional, que abandonó una carrera prometedora y en estos momentos trabaja de camarera en un bar de copas.

José tiene 40 años y trabaja en la recepción de un centro de salud. Todos los días trata con cientos de personas que, encontrándose en la situación vulnerable que genera perder la salud, actúan a menudo con exigencias apremiantes. Pero a José nadie le va a cuestionar, “¡faltaría más!”. Y con una actitud de cierta arrogancia, un día sí y otro también acaba teniendo una discusión acalorada con algún usuario.

Alberto tiene 44 años y es el director de un equipo integrado por cinco personas con las que se relaciona como si se encontrara en el ejército. Necesita sentir, vanamente, que lo tiene todo (y a todos) bajo control, lo que le lleva a actuar de una manera despótica, y a convertirse en un cuello de botella que paraliza el trabajo.

Luis fue despedido a los 48 años, después de una vinculación laboral de 12 años. Tras la fase de negación y rabia, se dejó vencer por el abatimiento, y entró en una espiral negativa que, inadvertidamente, le alejaba cada vez más del universo del empleo. El descontrol emocional en el que se había sumido, le llevaba a actuar, inconscientemente, en contra de sus propios intereses.

Estas cinco historias imaginarias (¿o no?), son solo una pequeña muestra del sinfín de experiencias vitales que tienen lugar en torno al mundo del trabajo. Personas como Luis que lo han perdido; o como Elena, que no se ha sentido capaz de mantenerlo; o como Alberto, que lo convierte en una vivencia desagradable para quienes trabajan con él; o como Rosa, que no lo encuentra y se va desmotivando; o, en fin, como José, que va al trabajo como quien va a la guerra.

¿Qué tienen en común estas cinco historias? Que en todas ellas se manifiesta un manejo deficitario de las habilidades que podrían hacer del trabajo (básicamente, una experiencia relacional en la “economía del conocimiento”) una vivencia enriquecedora. Para prevenir estas situaciones y promover una dinámica laboral basada en las personas, estamos convencidos de la necesidad de formar en competencias profesionales (“habilidades blandas”, que dicen algunos), como las siguientes, que en EDEX llevamos años promoviendo:

  • Autoconocimiento: para que cada persona identifique sus fortalezas y debilidades, y active procesos de mejora que le permitan optimizar las primeras y compensar las segundas.
  • Empatía: para captar los sentimientos ajenos y gestionar con inteligencia las emociones presentes en los equipos, los usuarios, etc.
  • Comunicación asertiva: para conciliar de manera positiva los intereses propios con las necesidades de las personas con las que trabajamos.
  • Competencia relacional: para aprender a disfrutar del encuentro entre diferentes que toda empresa representa.
  • Toma de decisiones: para actuar en cada caso de la manera más adecuada, integrando eficacia, eficiencia y afectividad.
  • Manejo de problemas y conflictos: omnipresentes en el mundo laboral, y que pueden convertirse en una fuente de crecimiento o de dolor.
  • Pensamiento creativo: una característica esencial en un mundo laboral que ha hecho de la innovación su principal seña de identidad.
  • Pensamiento crítico: que permita cuestionar cuanto se hace, para favorecer servicios y productos diferentes, etc.
  • Manejo de emociones y sentimientos: alma de toda actividad laboral no robotizada, que puede dar lugar al encuentro gozoso entre diferentes o materializar la sentencia de Sartre: “el infierno son los otros”.
  • Manejo de tensiones y estrés: presentes de manera habitual en las distintas vivencias relacionadas con el empleo: su logro, su pérdida,…

Una formación práctica en estas competencias puede contribuir a mejorar:

•    La empleabilidad de las personas en situación de desempleo.
•    La gestión de equipos por parte de quienes los coordinen.
•    El trabajo en equipo por parte de todos sus integrantes.
•    El trabajo de cara al público.
•    La prevención de riesgos psicosociales.
•    Etc.

Para promover estas competencias esenciales impulsamos una nueva iniciativa a la que hemos denominado Lan Skills. Competencias para el Desarrollo Profesional cuyas propuestas iremos desgranando a lo largo de las próximas semanas.


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