Educar para vivir, educar para convivir.
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Cannabis post

– Lucía tiene 14 años y el sábado recibió su primera invitación a fumar un porro que rulaba en la cuadrilla. Sintió cierto hormigueo en el estómago y aceptó.

– Alberto tiene 15 años y hace meses que fuma porros. Está convencido de que la medicina ha demostrado que las sustancias que flotan en su humo son buenas para la salud.

– Elena tiene 16 años y lleva uno fumando porros los fines de semana. Al principio sintió algún reparo, pero ahora ya no le preocupa.

– Mikel tiene 17 años y no fuma porros. Entre sus amigas y amigos no es un hábito muy extendido.

¿Qué tienen en común estos cuatro personajes apócrifos? Fundamentalmente, que se encuentran en esa edad imprecisa e inestable que es la adolescencia. De entre los muchos rasgos que la definen, la curiosidad propia de la edad les animará a explorar los distintos territorios que conforman la realidad. Por eso, se impone la necesidad de decidir, entre otros muchos asuntos, cómo se relacionan con el alcohol, con el tabaco y, en el caso que nos ocupa, con el cannabis. ¿De qué depende su decisión? De muchos y diversos elementos de entre los cuales podemos destacar dos:

  • La información de la que dispongan: para que tomen decisiones inteligentes (informadas, autónomas, responsables) es imprescindible que manejen una información adecuada sobre el cannabis. No hace falta que sean eruditos. Basta con que conozcan en esencia de qué se trata, y estén en condiciones de cuestionar algunos de los sesgos que distorsionan su saber (que si es un producto ecológico, que si cura el cáncer…) Sesgos que, como en tantos otros casos, tienen su punto de veracidad, convertido por arte y magia de la hipérbole en mero ruido.
  • Las habilidades psicosociales que manejen: el consumo de cannabis es, en buena medida, resultado de un proceso relacional que muestra toda su intensidad en la adolescencia. ¿Fuman por curiosidad? En parte. ¿Lo hacen por imitación? A veces. ¿Por inercia? Seguramente. Pero fuman, sobre todo, porque las dinámicas emocionales que se dan en sus grupos de pertenencia depositan sobre esta conducta expectativas que tienen que aprender a gestionar. Es entonces cuando habilidades como la asertividad o una adecuada inteligencia emocional, les permitirán adoptar la conducta que realmente le apetece (que en algunos casos será consumir y en otros pasar).

A alimentar y fortalecer estas dos dimensiones (información y habilidades psicosociales) orientamos el grueso de nuestro trabajo en prevención. A partir de la convicción de que, más allá del humo, lo que realmente importa en prevención son las personas y su competencia para gobernar satisfactoriamente su vida. Por eso no entendemos la prevención como sermonear, sobreactuar, intimidar… Por el contrario, la entendemos como un proceso de diálogo que permita descubrir información útil sobre las sustancias y desplegar habilidades efectivas para construir formas de vida personales y autónomas. Para fomentar este proceso en los últimos años hemos ido creando diversas propuestas:

Además de las propuestas didácticas de programas preventivos como ¡Órdago! y, más recientemente, Unplugged, que, precisamente en este campo de la prevención del abuso de cannabis, ha mostrado resultados interesantes.


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