La resiliencia es el arte de navegar en los torrentes, el arte de metamorfosear el dolor para darle sentido; la capacidad de ser feliz incluso cuando tienes heridas en el alma.
Boris Cyrulnik
Es difícil no sentirse sobrecogido al escuchar relatos de chicas y chicos que han padecido, acaso durante años, experiencias de acoso por parte de sus iguales. Lo es también no sentirse indignado ante cierta tendencia a quitarle importancia al drama con frases del tipo: “¡bah, no tiene importancia! ¡Quién no lo ha hecho a su edad!” Pues mucha gente, por suerte. Y aun en el caso de haber practicado conductas de ese tipo, eso no te obliga a permanecer sordo de por vida ante el grito callado de quien las sufre. Porque de eso hablamos cuando de bullying se trata, de sufrimiento. Emocional, en primera instancia. Físico, en no pocas ocasiones.
Publicaba recientemente la ONG Save the Chidren su informe Yo a eso no juego. Bullying y ciberbullying en la infancia, realizado a partir de una encuesta a 21.487 escolares españoles de 12-16 años. El informe muestra datos más que suficientes para llamar a una reacción social y educativa más decidida ante este fenómeno. Veamos algunos:
También la Organización Mundial de la Salud publicaba hace poco su informe Growing up unequal: gender and socioeconomic differences in young people’s health and well-being, en el marco de la iniciativa HBSC – Health Behaviour in School-aged Children. Por primera vez investigaban el bullying y el ciberbullying como conductas relacionadas con la salud. En este informe, realizado con una muestra de 219.460 escolares de 11, 13 y 15 años, de 42 países, encuestada 2013, se presentan datos como estos:
Sabemos que, como en el mobbing y, en general, en cualquier forma de desprecio a otras personas, en la puesta en escena de ese drama que es el bullying “actúan” diversas figuras que adoptan diferentes roles, todos ellos necesarios:
Por ello, una intervención eficaz para prevenir y, en su caso, atajar esta conducta desde sus primeras manifestaciones, requiere adoptar una perspectiva sistémica y actuar conjuntamente sobre el contexto y las diversas personas que en él interactúan. Para intervenir de manera inmediata, para hacer improbable que nadie escurra el bulto contribuyendo con su negligencia a consolidar el proceso. Es lo que hace, por ejemplo, el programa KiVa tan exitosamente puesto en marcha en Finlandia desde 2007, y que se extiende, afortunadamente, por cada vez más países.
Un poco antes, en 2006, vio la luz nuestra primera aportación en este campo: la herramienta Ciberbullying: Guía para madres, padres y personal docente, elaborada por la experta Parry Aftab, que ahora cumple 10 años. Una propuesta a la que han ido siguiendo otras, en colaboración con la iniciativa Pantallas Amigas.
Básicamente se trata de actuar de un modo que permita:
No creemos en el mal, aunque a veces algunas personas nos lo ponen difícil. No creemos que en el caso del bullying estemos en presencia de psicópatas ni sociópatas que necesitan zaherir a otras personas para apuntalar su identidad. Creemos en la trascendencia de los contextos que, siquiera por inadvertencia, favorecen la proliferación de una conducta que, con el concurso de todas las partes, es posible frenar. Nuestra contribución, como en otros ámbitos, educativa, para fomentar habilidades que permitan prevenir el acoso y, en su caso, superarlo de manera positiva. Actuación educativa que es complemento necesario de otras actuaciones, incluso legales, que en cada caso puedan ser necesarias. Y es que, como señala el informe de Save the Children citado, “para evitar este tipo de conductas resulta determinante reforzar la educación emocional y la adquisición de habilidades sociales y valores de convivencia”. En eso estamos.
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