Educar para vivir, educar para convivir.
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Fotograma de la animación Ventanas.

Smartphone, 5G, telegram, algoritmo, influencer, sexting, fortnite, tinder, twich… Desde hace años, cada dos por tres aparece un nuevo término, unas siglas, un acrónimo que revolucionan el mapa digital. Como consecuencia, buena parte de los padres, de las madres, desbordados por este torbellino imparable, acaban renunciando a la posibilidad de comprender y se encomiendan a la suerte que ansían para su descendencia.

Ayer  mismo, Tuenti (¿alguien se acuerda?) acaparaba la atención de las generaciones más jóvenes; hoy es TikTok la aplicación que está en el candelero; mañana… quién sabe. Para general desazón de quienes sienten la necesidad de educar también en este terreno, e intuyen que, a poco que se descuiden, la aceleración desbocada del cambio les pasará por encima.

Esta situación tan compleja ha llevado a Naciones Unidas a dedicar este 15 de mayo su Día Internacional de las Familias a este tema, bajo el eslogan: Las familias y las nuevas tecnologías. Una ocasión de oro para recordar algunas ideas básicas sobre tan escurridizo asunto:

  • De nada sirve demonizar las tecnologías o anhelar tiempos pasados que no van a volver. De hecho, solo las personas adultas interpretamos como innovación tecnológica lo que para adolescentes y jóvenes es parte consustancial de sus señas de identidad en este siglo XXI.
  • Para educar no hace falta ser especialista, y mucho menos aparentarlo. Cada generación tiene su cultura, sus usos y costumbres, con los que se maneja con razonable eficacia, mientras que al resto nos cuesta asumirlas o directamente descartamos tal posibilidad. Sin embargo, no está de más hacer un esfuerzo para mantenerse razonablemente actualizado.
  • No se trata de prohibir, controlar, limitar; actitudes que tienen un alcance bastante escaso. Se trata de educar en los usos inteligentes de tecnologías de los que no pueden quedarse al margen porque son un componente insustituible de su socialización.
  • Seguramente, lo más importante que puede hacer un padre, una madre, para abordar conscientemente este territorio esquivo de la digitalidad, es educar el pensamiento crítico de sus hijas e hijos; una habilidad para interpelar la realidad que les sirva para deconstruir los manejos de las grandes empresas tecnológicas (las GAFAM), la obsesión por exhibir imágenes impostadas o vulnerar la privacidad de otras personas… El pensamiento crítico entendido como una habilidad vital para desenvolverse en un mundo saturado de mensajes consumistas y trampantojos.
  • Además, resulta más que conveniente acordar espacios y tiempos sin móvil y, en general, sin distracciones electrónicas: el tiempo de las comidas, del estudio, del sueño… Evitar, en definitiva, que su mundo digital acapare toda su vida. Eso sí, siendo bien  conscientes de que padres y madres son un modelo sometido a un permanente escrutinio, por lo que, si quieren resultar creíbles, tienen que mostrar coherencia entre discursos y actos.

Hace ya años que tratamos de acompañar este proceso educativo. Así, como uno de los desarrollos de nuestro programa de educación para la salud y la convivencia La aventura de la vida, apoyado por el Plan Nacional sobre Drogas, incluimos tres animaciones que, con su toque de humor, pretenden llamar la atención sobre algunos aspectos relacionados con las pantallas que la rutina y las prisas hacen pasar desapercibidos. Se trata de:

  • Sergio@suamigo.com: en la que abordamos algunas situaciones a las que puede llevar el uso desmedido de la red.
  • Ventanas: que anima a gestionar de  manera equilibrada ese mestizaje indiferenciable entre realidad presencial y realidad virtual.
  • Con mucho tacto: que aborda el uso inteligente de las inmensas posibilidades que ofrecen los móviles.

Si deseas más información, puedes ponerte en contacto con nuestro equipo de prevención.

Se use una u otra terminología, en general se entiende qué es el abordaje terapéutico de una situación de abuso de drogas. Es bastante preciso también el concepto de reducción de riesgos. Sin embargo, no siempre resulta evidente qué es la prevención universal, cuál es su singularidad. Voy a tratar de mostrarlo a través de una conversación apócrifa… o no tanto.

Vale, cuéntame de qué va eso de la prevención universal. Pero sin tecnicismos ni jerga (que tú llamarías jerigonza), que te conozco.

Lo intentaré. A ver por dónde empiezo.

Por el principio: ¿No sería más fácil hablar solo de prevención? ¿Por qué añadir el adjetivo «universal»?

Hay una tradición procedente del campo de la salud pública que usaba (y aún usa) una terminología específica: prevención primaria, secundaria y terciaria, tres niveles de intervención que podrían ser vistos como círculos concéntricos. A medida que profundizas en esos círculos te vas topando con una mayor presencia de situaciones de riesgo relacionadas, en el caso que nos ocupa, con los consumos de drogas. Hace ya algunas décadas esta terminología comenzó a dejar paso a otra, actualmente vigente: prevención universal, selectiva e indicada. Donde la primera nomenclatura ponía el acento en la intensidad del consumo, la actual lo hace más en las características de las poblaciones a la que se dirige. La prevención es primaria cuando la conducta a prevenir es incipiente o aún inexistente; es universal cuando dirige sus propuestas a colectivos concretos de la población general (alumnado de Primaria, familias con hijas e hijos adolescentes…), sin responder a factores de riesgo específicos.

Visto así, no parece que sea la actuación más urgente

Hablemos de consumos de drogas o de cualquier otra situación relacionada con la salud y el bienestar, a medida que vas cerrando el círculo (de la universal a la selectiva; de esta a la indicada…) se presentan situaciones de mayor riesgo. La prevención universal no es, en efecto, una actuación urgente, no es una respuesta inmediata a una situación grave a resolver. Es más bien, y quizás de ahí su debilidad aparente, una actuación a medio y largo plazo, sostenida en el tiempo, orientada a disminuir la probabilidad de que ocurran situaciones más graves, en cuya efectividad influyen un sinfín de factores no siempre suficientemente conocidos. No es urgente, pero es insoslayable. Orillarla en beneficio de respuestas a situaciones de mayor gravedad sería como si las políticas de fomento de una alimentación saludable se centraran solo en las personas con sobrepeso; personas con quienes hay que trabajar, claro está, pero no en detrimento de una universalización de hábitos nutricionales equilibrados. O como si la actuación ante la violencia de género, por poner otro ejemplo, se centrara en exclusiva en intervenir ante las situaciones más graves, que obviamente hay que hacerlo, sin actuar educativamente para hacer menos probable su persistencia entre las nuevas generaciones. O como si en relación con la inmigración te dedicaras únicamente a denunciar situaciones de xenofobia y racismo, imprescindibles ciertamente, y olvidaras educar en valores solidarios.

Hablando claro, ¿la prevención universal busca eliminar el consumo de drogas?

No. Cualquier política sobre drogas, llámese como se llame, que persiga ese propósito, me temo que no será más que un brindis al sol, pura retórica. Los objetivos de la prevención universal son, deben ser, más realistas. No se trata de conseguir una sociedad en la que nunca, nadie, en ningún contexto consuma ninguna sustancia psicoactiva. Se trata, sobre todo, de que las relaciones que una sociedad mantiene con unas y otras drogas ocasione a las personas, y a los grupos de los que forman parte, el menor número posible de problemas. Y para ello se trata de actuar con pragmatismo. Por ejemplo, buscando reducir el número de adolescentes que consumen drogas y, sobre todo, la proporción de quienes pasan a edades tan precoces de un consumo experimental más o menos anecdótico en sus vidas a consumos de mayor riesgo (más frecuentes, intensos, en circunstancias y combinaciones que agravan el riesgo, etc.)

¿O sea que no estás en contra de las drogas?

Mira, las drogas no persiguen a la gente por la calle royéndole los zancajos. Son las personas, en determinados contextos y momentos vitales (e históricos), quienes se acercan (o no) a ellas. Y lo hacen en unas condiciones o en otras. Dependiendo de la situación global de esa persona (edad, estado de salud, cultura, entorno social…) y de las circunstancias en las que vive, la situación puede resultar irrelevante en su biografía o, por el contrario, acabar generando dificultades de diverso tipo. Que hay que actuar sobre aquellos factores contextuales que favorecen los consumos de drogas, parece una obviedad en la que no creo que haga falta insistir. Por ejemplo: ¿cómo se entiende que siga habiendo publicidad de bebidas alcohólicas? Que hay que trabajar con las personas para hacer más probables procesos autónomos de toma de decisiones, parece también claro en este asunto y en otros relacionados con nuestras «maneras de vivir», que diría el clásico.

Dando información sobre las sustancias, ¿no?

En parte. Casi es un mantra de la prevención sostener que la información aunque necesaria resulta insuficiente, pero así es. Sin ella, en este y en cualquier otro asunto, andamos a tientas, tocando de oído. Solo con ella, me temo que tampoco es suficiente para que un adolescente, por ejemplo, oriente su conducta. Porque en su decisión con respecto a las drogas (al igual que con respecto a otros muchos asuntos), además de la información que maneja actúan factores socioemocionales, relacionados, por ejemplo, con su lugar en el grupo de iguales, que van a tener más peso en la decisión que finalmente adopte. Por otra parte, la información es útil siempre y cuando evitemos el recurso al tremendismo. Cuéntale a un joven de 19 años que si abusa del alcohol se puede cargar el hígado y verás qué importancia le da. Información útil es información fiable, veraz, objetiva, significativa, y que, al menos, le permita contemplar otras perspectivas de una realidad que tiene múltiples aristas y que no puede, por lo tanto, reducirse a una simple ecuación (si sabes A harás B). La prevención, desde esta dimensión informativa, como un proceso de enriquecimiento de la visión personal.

¿Un asunto educativo, entonces?

Sí y no, si por educativo entiendes escolar. Lo es, en el sentido de que una actuación preventiva integral no puede descuidar las posibilidades de una educación para la salud efectiva. La educación es, en este sentido, parte indispensable de la respuesta. No lo es si se quiere limitar la prevención a un proceso educativo, porque en tal caso los resultados me temo que serían escasos e inciertos. La educación, una pieza insustituible de un puzle que sin ella quedaría incompleto, pero solo con ella aún más. Si los casi 16 años de escolarización obligatoria no sirven para introducir una reflexión básica en torno a este asunto, adaptada a las necesidades de cada época y cada etapa evolutiva, le faltaría a la educación cierta cercanía a la vida real. Si solo la escuela se ocupara de actuar preventivamente en torno a este asunto de las drogas, me temo que su alcance sería bastante limitado. La prevención es también familiar. Y relacionada con las ofertas de ocio que recibimos a lo largo de nuestra socialización. Y… Esto se ha reflejado muy bien con la experiencia de la pandemia de covid-19. Criminalizaciones aparte, un buen número de jóvenes buscando la manera de seguir disfrutando de un modo de ocio que la salud pública consideraba arriesgado desde el punto de vista de la infección. Y lo es, pero cuando vives en una sociedad que difunde una determinada manera de vivir el tiempo libre, ¿qué esperas, que cuando cierran los bares la gente se dedique a leer a Dostoievski?

¿Y todo esto de la prevención sirve para algo?

Hay evidencia creciente sobre su eficacia. No sé si es para tirar cohetes, pero al menos disponemos de un GPS razonablemente certero que nos indica el sentido en el que avanzar, y los atajos a descartar por infructuosos. Otra cosa es la práctica. Porque hay un cierto divorcio entre lo que algunos, de manera algo retórica para mi gusto, llaman «ciencias de la prevención» y su aplicación práctica, que es donde de verdad la prevención se la juega. Pensando en la escuela, por ejemplo, existen programas razonablemente efectivos, pero que muchas veces naufragan en la «insoportable levedad» con la que se aplican. Se sabe bastante, se conoce mejor que en otras épocas cómo actuar y cómo no. Al menos en eso puede decirse que hemos avanzado.

Bueno, oye, otro día seguimos, que ya tengo bastante por hoy

Espero haberte aclarado algo. O, por lo menos, no haberte confundido más. Digamos, para terminar, que la prevención, como tantos otros asuntos en estos tiempos equívocos, se encuentra «en construcción».

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